niñacaracol

martes, mayo 23, 2006

Colometa, vola, Colometa...

"Los que no saben llorar con todo el corazón tampoco saben reír"
Golda Meir

Yo tenía un palomar en Poblenou, al lado del mar. Era mi casa, pequeña pero acogedora, que en sus orígenes había sido un palomar...

De tanto contar esta historia llegué a creerla. Puede que fuera porque muchos días notaba la mirada atenta de un palomo que cuidaba de mí. Solía hacer su visita hacia media mañana, ya sabía que yo no acostumbraba a madrugar. Le gustaba observarme mientras trajinaba por casa. Cuando estudiaba canto él alargaba su visita. Como si le hiciera pena que cantase sin público. A mí me gustaba que Joanet, mi palomo amigo, picotease las migajas dulces que había dejado caer del plato del desayuno. Cuando llevaba días sin verlo le echaba de menos, sentía que mi ángel de la guarda me había abandonado.

Fui muy feliz en mi palomar: momentos de alegría y momentos de tristeza. Una temporada corta pero intensa. Un trocito mío allí se quedó. Y también los que lo conocieron como los que oyeron hablar de él llevan en su corazón a mi palomar.

Pequeño pero con la puerta siempre abierta a los amigos, encantados de como lo tenía todo. El piso era minúsculo pero venían a menudo y eso que era un cuarto sin ascensor! A mí no me importaba subir escaleras a cambio de tener un piso tan luminoso. Y pocos afortunados saben qué sensación más maravillosa es levantarse todas las mañanas y ver el mar. Y aquella terraza que era la envidia de todos. Cuantas cenas de verano a la fresca y cuantas apretadas cenas de invierno en aquel pequeño refugio destartalado, apiñados porque no se cabía y para no pasar frío.

Recuerdo con especial cariño una velada improvisada después de una actuación en el Llantiol. Cualquiera diría que no habíamos comido ni nos habíamos hartado de turrones aquel día. Arrasamos la nevera. En el "Desayuno en el palomar" que organicé días más tarde, el buen tiempo nos acompañó y pudimos comer copiosamente en la terraza hasta que el calor del sol nos abandonó.

Hacía frío en invierno, mucho frío!! Por suerte los Reyes llegaron con antelación. Fui a la tienda para comprar la estufa que más calentara. No me importó que fuera la más grande, ni la más cara, ni la que más electricidad gastaba... Bien tapada con una manta pasaba las noches delante del ordenador contando mis miserias a un hombre sensible y divertido que me llamaba Paloma y le gustaba creer que yo vivía en un palomar. Pero el frío se me hacía insoportable, sobretodo cuando me iba sola a la cama.

Era necesario poner remedio a mi necesidad de calor humano. Se acabó el teatro en el Llantiol y pensé que tenía que encontrar algo para entretenerme. Decidí buscar novio. Ojalá hubiera resultado tan fácil como ir a la tienda y comprar una estufa. Fue entonces que apareció un Caracol en mi vida. Antes otro hombre había traido un croissant y un cacaolat y algo más a la hora del desayuno para saborear.

Del postre de la visita matutina y de unas fotos con fondo de estrellas testigos de un pecado de Nochevieja se habló especialmente el día de la "Fideuà en el palomar". Quería invitar los amigos a comer confiando que no todos podrían venir. En estos casos ya puedes contar que nadie te va a fallar. Con esa cocinita de juguete, con fuego de inducción y siendo mi primera fideuada para 13 a la mesa, salió bastante bien. Mucho más complicado fue apartarlo todo para poner la mesa de jardín, la plegable de emergencia y las sillas para todos los comensales que no dejaron ni un solo fideo! Larga fue la sobremesa que será recordada per ser una tarde de grandes confesiones.

Avanzado a la ley antitabaco fue el palomar un "Espacio sin humo". Porque en un único espacio que era comedor, salón, estudio, habitación, habitación de invitados, trastero... no se podía fumar. Y en el rellano de la escalera monté la sala de fumadores de los días de lluvia, viento o frío intenso, el resto de ocasiones se fumaba en la terraza.

La primavera llegó mientras que Cargolet desaparecía, dejando rastro, por supuesto. Se cumplieron las profecías y abandoné unos días mi palomar para recuperarme de una dolorosa intervención. Mi palomo amigo echó de menos las migajas del desayuno y mis cantos. Volví antes de cumplir 30 años, a tiempo de tener alguna aventura no confesable. Empezaba a hacer calor! Salía ligera de ropa a la terraza y no me molestó descubrir que el vecino de enfrente a menudo me espiaba.

Hacía calor en verano, mucho calor!! Sin trabajo y con pocas ganas tuve que irme a Madrid a cantar. Demasiadas lágrimas derramé en la cena de despedida. Presentía que mi verano en la capital se alargaría y que el final de mi palomar llegaba. Por eso cuando podía volvía a Barcelona, aunque fuera por dos días. Necesitaba ver el mar, respirar la humedad, recordar los olores, las calles, la vida de mi ciudad... Y tampoco no quería que me olvidara mi palomo fiel.

Y así fue. Muchas aventuras y muchas emociones en Madrid, tantas como recuerdos y momentos inolvidables vividos en el palomar. Aposté por una vida artística y abandoné mi pequeño espacio querido. Yo sé que ahora Joanet come las migajas dulces que caen de otros platos pero alguna vez siente un pinchazo en el corazón cuando cree reconocer la voz de su Paloma.